Por Guillermo Fernández de Soto y Andrés Rugeles
Estos son días de reflexión profunda frente a un 2024 que, desde un inicio, se ha presentado retador ante la magnificencia y enormes bocanadas de fuego en el año del Dragón Chino. La triple transición digital, tecnológica y energética en curso, al igual que el superciclo electoral y los acontecimientos de las últimas semanas han llamado la atención del Consejo Colombiano de Relaciones Internacionales (CORI), frente a un escenario político regional marcado por innumerables altibajos y lo que podría denominarse una pirotecnia e ilusionismo político.
El péndulo ha oscilado entre las llamadas a presuntas asambleas constituyentes, la modificación de las cartas magnas para permitir la reelección, la convocatoria a comicios amañados, las movilizaciones para presionar a los órganos independientes del Estado, la descalificación y los vetos a la oposición, la selección caprichosa y unilateral de los contendores, entre otros.
Estamos inmersos en un proceso marcado por cinco elementos centrales que configuran lo que podría denominarse la fórmula P2+I+D+E = polarización, populismo, incertidumbre, desconfianza y estigmatización de la oposición. Este fenómeno, que PIDE solución, ocurre en todo el espectro político, tanto en la izquierda como en la derecha, desde el norte de América Latina hasta el sur, pasando por los Andes y algunos estados petroleros que están siendo azotados cada vez más por la pérdida de su capacidad productiva, la pobreza, el delito y el crimen, y la desesperanza de su población.
En efecto, en Venezuela los índices lo dicen todo: el PIB per cápita disminuyó en más de un 41% en los últimos 10 años (2013-2023); la producción petrolera decayó de 3,2 millones de barriles diarios en 1998 a 783 mil; la inflación cerró el año pasado en 193%; la pobreza es superior al 50%; los niveles de prevalencia de subalimentación son superiores a 22%, los cuales son los más altos de Sur América; el 4,1% de los niños menores de 5 años sufre desnutrición aguda; la tasa de mortalidad infantil en el país ha aumentado constantemente desde el año 2009; la salud pública redujo en un 70% su capacidad de respuesta desde 2016; el sistema educativo entró en colapso y presenta una alta deserción de maestros en medio de sueldos paupérrimos (menos de US$10 al mes); y se presenta la ocurrencia de violaciones graves a los derechos humanos (ONU). ¿Y este es el modelo llamado para seguir? Estamos transitando del desastre al apocalipsis, pero bajo la observancia de una comunidad internacional que ha preferido un silencio cómplice en los últimos tiempos.
Resulta inaceptable que el régimen venezolano impidiera la inscripción ante el Consejo Nacional Electoral de María Corina Machado -inhabilitada arbitrariamente por 15 años-, así como de su fórmula sustituta Corina Yoris, profesora y presidenta de la Sociedad Venezolana de Filosofía, como candidata por la Plataforma Unitaria para las elecciones presidenciales del 28 de julio. ¿A qué tanto le temen? ¿Son las elecciones libres y transparentes su gran enemigo?
No obstante, para algunos era mejor la convivencia bajo el fracasado “Acuerdo de Barbados”. Para otros “no llorar y asumir la inhabilitación” y para otros fue más conveniente expresar extemporáneamente -luego de un par de años de silencio- su “preocupación” por la situación actual que se ha tornado “grave”. Los verbos encabezados por la letra “c” de corregir, cambiar y condenar, no existieron. Prefirieron la “C”, en mayúsculas, de callados y congelados.
Dictadores versión 3.0
La dinámica regional está lamentablemente revelándonos un camino y una tragedia que avanza silenciosamente pero con pasos firmes en medio de la polarización creciente de los últimos 20 años -tal como lo remarca el más reciente informe sobre Desarrollo Humano del PNUD 2023/2024, “Romper el bloqueo”. Cada vez se hace más evidente la tendencia de algunos gobernantes que han llegado al poder por la vía democrática y electoral para deliberadamente minar -desde el interior de los regímenes políticos- las bases institucionales de la democracia, el estado de derecho, coartando las libertades y los derechos civiles, así como limitando toda opción de alternancia democrática y voz activa de la oposición. Este proceso representa el fortalecimiento de los nuevos actores antidemocráticos o “adversos a la democratización”, cuyo tema concentra el estudio de destacados politólogos de la región y fuera de ella como Alberto Vergara, Aníbal Pérez-Liñán y Scott Mainwaring.
En el pasado los dictadores -como en aquellas novelas que tenían lugar en islas caribeñas- llegaban por la vía armada, los golpes de Estado y, en algunas ocasiones, se imponían desde el exterior. Ahora, lo hacen desde el interior a través de la boleta electoral, manipulando las reglas de juego y los sistemas electrónicos, haciendo uso de la coerción y desplegando un armamento de desinformación que se potencia en las redes sociales y con las nuevas tecnologías. Son los dictadores en su versión postmoderna, 3.0.
Su obsesión por el poder y su concentración arbitraria los ha llevado a buscar desesperadamente una “máscara democrática” que oculte su pasado y también su espíritu autoritario, y les permita pasearse por el vecindario, hacer alarde de su “espíritu democrático” y crear falsas ilusiones en poblaciones que cada vez expresan su desilusión y enojo bajo las falsas promesas de inclusión social, desarrollo económico y seguridad.
Analistas como Moisés Naím lo habían anticipado desde tiempo atrás. Basta revisar su libro más reciente “Lo que nos está pasando”, que compila sus columnas de opinión entre 2016 – 2023. Cuatro años atrás, en el 2020, señaló certeramente cómo diferentes movimientos políticos -en Asia, Europa y las Américas- tenían en común ciertos rasgos, nada ajenos a lo que observamos hoy: “la rutinaria trasgresión de normas políticas establecidas, el oportunismo desbocado, la propensión autoritaria, el antiintelectualismo, la hostilidad hacia las reglas e instituciones que limitan la concentración del poder en el Ejecutivo”, así como “la feroz enemistad entre rivales que no son vistos como compatriotas con ideas diferentes, sino como enemigos mortales.”
Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia. Se ha optado últimamente por los insultos en público entre los presidentes. La alta dignidad de la jefatura del Estado ha sido pisoteada, y los egos y odios viscerales los han llevado al terreno equivocado. Ha resultado más fácil sembrar odios que semillas de entendimiento y solidaridad. La historia demuestra la importancia de mantener abiertos uno o varios canales de diálogo y negociación, formales e informales. Estados Unidos y la Unión Soviética, en efecto, preservaron sus relaciones en los momentos más álgidos de la amenaza nuclear. ¿Cuál es el ejemplo que los actuales dirigentes quieren darle a las próximas generaciones de latinoamericanos? ¿Se está cambiando la escala de valores en nuestros países, en favor del “matón de barrio”, los atropellos, las vías rápidas, el dinero fácil de las economías ilícitas y el “todo vale”?
El papel de la comunidad internacional
No podemos ser indiferentes ante los resultados de los últimos estudios de Latinobarómetro que alertan sobre el proceso de “recesión” democrática de la región, la mayor vulnerabilidad ante los populismos y regímenes no democráticos, la pérdida de afección de la población por la democracia, especialmente en sectores jóvenes, y la creciente insatisfacción con los resultados de los gobiernos elegidos popularmente.
Este escenario exige una comunidad internacional más fuerte y que ejerza una mayor presencia en la región para la defensa y protección de la democracia y los derechos humanos. Su rol vigilante es clave, pero la tarea nos corresponde a nosotros. Está en nuestras manos la construcción de nuestro destino.
Al mismo tiempo, los diferentes organismos internacionales y sus dirigentes deben ser respetuosos de los procesos internos de los países. Tienen el deber de trasmitir información objetiva e imparcial y no caer en comunicaciones tendenciosas ni falsas.
En este marco, llama la atención el silencio y la ausencia de la OEA ante el debate generado por las condiciones, los vetos y las manipulaciones de las próximas elecciones presidenciales en Venezuela, cuya legitimidad y transparencia están cuestionadas en este momento. No se está permitiendo una contienda libre, abierta y equilibrada.
Este organismo representa la institucionalidad hemisférica que está llamado a manejar los temas de democracia y salvaguardar los derechos humanos. Este mandato regional se complementa con el global de Naciones Unidas, especialmente a nivel de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, y la Corte Penal Internacional (CPI).
El rol de la Organización de Estados Americanos (OEA) ha quedado en entredicho y su voz -que hace un tiempo era vigorosa y generaba un importante eco en el vecindario- lentamente se ha ido apagando. Necesitamos, ahora más que nunca, una Organización con mayor ímpetu, visión equilibrada y liderazgo que esté al margen de las corrientes ideológicas de turno en la región. Los principios y valores democráticos son irrenunciables y sus miembros deben ponerse de acuerdo para liderar esta ofensiva. Países como Brasil, México y Paraguay (que será la sede de la 54 Asamblea General en junio próximo) tienen un rol de liderazgo que cumplir hacia adelante.
Es el momento de pensar en cómo revitalizar el rol de la OEA en el hemisferio, así como actualizar la Carta Democrática Interamericana y negociar un protocolo adicional. Esta tarea debe buscar, bajo la preservación del espíritu constitutivo del 11 de septiembre de 2001, hacerla más operativa y tener herramientas renovadas y clausulas para enfrentar las nuevas amenazas a la democracia por parte de gobiernos autoritarios, así como contrarrestar los desafíos de los populismos emergentes. Esta actualización permitiría tener una mirada de futuro y enfrentar una realidad: el texto quedó anclado en el pasado y el procedimiento le está ganando a la democracia y, por ende, generando enorme frustración y riesgos.
Comentarios finales
En el fondo, nos enfrentamos en América Latina a un problema que es aún más grave: la degradación de la política y los liderazgos. La esfera de lo público se está degradando progresivamente. Las mentes brillantes optan por el sector privado y le huyen a trabajar en el gobierno. Las burocracias están cada vez más al servicio de los intereses privados y no del interés colectivo. El Estado se parece cada vez más a un botín de guerra donde la arbitrariedad y la corrupción son la norma. Los líderes que daban ejemplo y eran transformadores – en el estricto sentido de la palabra – están languideciendo, incluso en los organismos multilaterales.
Este es el momento de unir esfuerzos para enderezar el camino y contribuir con la construcción de largo plazo, generar amplios consensos políticos, dejar a un lado la ideología y posiciones extremas; actuar con pragmatismo; valorar la experiencia, la tecnocracia y la pluralidad de visiones; y conquistar una mayor inclusión social.
Liderazgo, audacia e integridad son tres palabras cardinales que deben marcar nuestro futuro y contribuir a sobrepasar la nueva ola de los autócratas latinoamericanos desde la orilla de una visión de democracia renovada, una agenda integral y la vigencia estricta de las libertades fundamentales. La Cumbre del Futuro de septiembre de 2024 será un momento propicio para reflejar este ánimo y replantear a su vez el sistema de Naciones Unidas.
La democracia se fortalece con más democracia y en democracia. Este ha sido y es nuestro camino en la búsqueda de un mayor de desarrollo humano en el marco de la institucionalidad.
*Guillermo Fernández de Soto, Presidente del Consejo Colombiano de Relaciones Internacionales (CORI) y excanciller (1998-2002).
Andrés Rugeles, Miembro de la Universidad de Oxford, Miembro del Advisory Board de la Unidad del Sur Global de la London School of Economics (LSE), e International Affiliate Scholar de la Universidad de Cornell.