Un Año Crítico para Argentina

Por Cynthia J. Arnson

Directora de Programa Latinoamericano, Centro Internacional Woodrow Wilson para Académicos

A fines de enero, los funcionarios del gobierno argentino tuvieron finalmente algunos datos alentadores de que un esperado rebote económico podría materializarse. Cifras de la agencia nacional de estadísticas INDEC mostraron que la actividad económica mensual aumentó un 1.4 por ciento entre octubre y noviembre, el segundo mes consecutivo de aumento. Un documento interno del gobierno filtrado al Clarín en enero estimó que el crecimiento había aumentado en cerca de uno por ciento en el último trimestre de 2016. Aunque esto estaba muy lejos del panorama optimista pintado por el ex ministro de Finanzas Alfonso Prat-Gay, quien fue despedido en Diciembre, los números están alimentando una narrativa del gobierno del presidente Mauricio Macri de que la economía argentina está en un camino claro hacia la recuperación. Según el ministro de Producción, Francisco Cabrera, «todas las condiciones están en vigor para que Argentina crezca entre 3.5 y 5 por ciento» en 2017.

Los números pueden ser exagerados, pero con las elecciones que tendrán lugar en octubre de 2017 para renovar un tercio del Senado y la mitad de la Cámara, el gobierno de Macri tiene todas las razones para enfatizar lo positivo. La economía se contrajo durante el primer año de gobierno de Macri en un 1.8 por ciento, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), o hasta un 2.3 por ciento, según cifras del Banco Mundial. La inflación se estima ampliamente en 40 por ciento, aunque la tasa de aumento ha comenzado a disminuir. Aproximadamente un tercio de los argentinos vive en la pobreza, pero la tasa entre los niños de 14 años de edad y menores es un escandaloso 47.5 por ciento, según el FMI. Macri eliminó costosos subsidios generales para el gas natural y la electricidad, manteniendo una red de seguridad para los hogares pobres, aun cuando los aumentos de precios golpearon duramente a la clase media.

Sin embargo, las encuestas sugieren que el público argentino en general ha estado dispuesto hasta ahora a conceder a Macri el beneficio de la duda para seguir superando las distorsiones heredadas de doce años de Kirchnerismo. El Congreso argentino, en el que la coalición de Macri tiene una minoría de sillas, se reunió con los titulares de bonos argentinos para aprobar un acuerdo que puso fin al estancamiento del país tras el incumplimiento del 2001, restableciendo así el acceso del país a los mercados de capitales internacionales. Macri también obtuvo crédito (cuánto depende de a quién se le pregunte) para reconstruir la credibilidad de la agencia de estadísticas, el INDEC; unificando el tipo de cambio (llevando a una severa devaluación que ha contribuido a la inflación en espiral), terminando con los controles de divisas y elevando los aranceles agrícolas para fomentar las exportaciones. Según la agencia Poliarquía, el presidente cerró el año con un índice de aprobación del 55 por ciento, uno de los más altos de América Latina. Según la misma encuesta, más de la mitad de los argentinos creen que las cosas mejorarán este año.

La verdadera pregunta, sin embargo, es si ese optimismo está bien fundado y si es así, con qué rapidez se notarán las mejoras. La tolerancia del público para el dolor a corto plazo en el interés de la ganancia a largo plazo es, sin duda, finita, sobre todo porque varios segmentos del Peronismo se posicionan antes de las elecciones de octubre. Y para todos los avances en la recuperación de los fundamentos económicos, Argentina sigue siendo, como todos los mercados emergentes, altamente vulnerable a las tendencias mundiales. Los «vientos  en contra» incluyen lo que el Banco Mundial denominó eufemísticamente como «incertidumbre política en Estados Unidos», una ligera referencia al creciente proteccionismo de la administración del presidente Donald Trump. Argentina, junto con América del Sur en general, se ha librado de los costados estadounidenses contra México y el TLCAN. Pero el gobierno de Trump no perdió tiempo en suspender las importaciones de limones argentinos, derrumbando rápidamente uno de los resultados concretos de la visita del presidente Barack Obama a Buenos Aires en marzo de 2016. La administración de Macri había esperado también renovar las exportaciones de carne, algo que ahora parece altamente improbable.

Lo más significativo para Argentina en el segundo año de Macri es Brasil, la destinación del 20 por ciento de las exportaciones de Argentina en general y el 50 por ciento de sus exportaciones de manufacturas. La profunda recesión de Brasil continuó en 2016 cuando el país luchó con un escándalo de corrupción masiva e inestabilidad política relacionada. La economía de Brasil se contrajo un 3.5 por ciento el año pasado y se espera que crezca sólo 0.2 por ciento en 2017, según el FMI. Macri y el presidente brasileño, Michel Temer, ahora buscan renovar las reglas del Mercosur para facilitar el comercio y aflojar la camisa de fuerza ante los países que están fuera del bloque, en particular los países de la Alianza del Pacífico. Ciertamente una de las consecuencias de las políticas «América Primero» de la de la Administración Trump puede ser fortalecer los movimientos hacia la integración comercial en Sudamérica y entre ésta y las economías de Asia, Canadá y Europa.

En vista de las elecciones de octubre, el segundo año de gobierno de Macri puede ver sólo esfuerzos adicionales para hacer frente a los problemas estructurales en curso, como el déficit fiscal, incluida la reforma del sistema de pensiones y el aumento de la edad de jubilación. Como señaló un economista del think tank argentino CIPPEC, «los déficits nunca bajan» en un año electoral. Por otra parte, la Confederación General del Trabajo de la República de Argentina (CGT) ha aumentado la presión, pidiendo una huelga general el 7 de marzo para protestar por un máximo del 17 por ciento en los aumentos salariales propuestos por el gobierno de Macri. Una cuestión crítica es si la inversión nacional y extranjera, la que genera empleos y vínculos con otros sectores de la economía, se materializará en 2017 de manera que tenga un impacto palpable sobre el empleo y el crecimiento. En 2016, los inversionistas extranjeros se sentaron en manos, generando aproximadamente 1.8 mil millones en nuevas inversiones en los primeros nueve meses contra las promesas de cuatro veces esa cantidad. Los intereses extranjeros en el sector energético argentino, los vastos campos de petróleo y gas de Vaca Muerta, son reales y crecen. Pero un peligro claro y presente, además de las amenazas de sanciones que Trump ha hecho contra las empresas estadounidenses que han enviado puestos de trabajo al extranjero, es que los sectores privados nacionales e internacionales esperan para ver si el tamaño de la coalición de Macri aumenta en las elecciones de octubre y por lo tanto si el proceso de reforma se profundizará o morirá en el intento.

Las elecciones de 2016 en Argentina, Brasil y Perú llevaron al poder a gobiernos centristas o de centroderecha que abrazaron los principios del libre mercado defendidos por mucho tiempo por los Estados Unidos, así como por instituciones financieras internacionales con sede en Washington. Las victorias de Macri, Temer y Pedro Pablo Kuczynski en Perú fueron tomadas como evidencia de que América Latina se alejaba de los gobiernos de la izquierda tanto populista como moderada. Lo que sucede en Argentina, desde hace mucho un ejemplo modelo del populismo latinoamericano, bien podría indicar la fuerza de esa tendencia. Este año es crítico no sólo para Macri sino también para la visión del capitalismo ilustrado que él y otros representan.

* El autor agradece a Krystal Rodríguez por la ayuda a la investigación.[:]

Related

TIK-TOK EN LA LUPA

La seguridad y la privacidad de los usuarios en...

América Latina puede mitigar la frustración global con la agenda climática: Columna de Jorge Arbache.

Hemos observado un creciente malestar con la agenda climática...